-Por Belén Municio-

De la Gran Depresión a la Gran Revolución de los años 20 del XXI, sería un gran titular para dejar a las generaciones futuras cuando nos resuciten en los textos de historia.

Los momentos de crisis profundas en la historia de la humanidad siempre han traído transformaciones en varias dimensiones, y especialmente han estado relacionadas con el mundo del trabajo.

El aparente frenazo con el que nos ha sorprendido 2020 va a suponer porque así ya lo veníamos decidiendo, el momento de aceleración de cambios que abren la puerta de entrada hacia un nuevo modelo que pone la economía al servicio de las personas y del planeta. Una economía social y solidaria, respetuosa con el medio ambiente, pensada para el bien común que dará lugar a un modelo sostenible que se traduzca en mayor bienestar, un reparto más equitativo de la riqueza y mayor inclusión social.

Una economía verde, en definitiva.

Hace tiempo que la comunidad científica viene avisándonos de las consecuencias a nivel global, del consumo excesivo, la generación masiva de residuos, la superpoblación del planeta… y los severos impactos sobre el ecosistema y las desigualdades sociales.

En 2012 la OIT (Organización Internacional del Trabajo) nos advertía “Al menos la mitad de la fuerza de trabajo a nivel global – equivalente a 1.500 millones de personas – estará afectada por la transición hacia una economía más verde”; y en su informe de 2018 anunciaba “ por cada empleo destruido se acabarán creando cuatro”; quizá no sea casualidad que la OIT naciera en 1919, tras un momento de crisis profunda como fue la 1ª Guerra Mundial, y que pasara a formar parte de Naciones Unidas en el 46 , finalizada la segunda guerra.

Y es que el reconocimiento a la relación entre medio ambiente y empleo, ligado a beneficio económico y social está siendo impulsada desde hace ya décadas desde varios frentes, los gobiernos, las empresas, entidades del tercer sector y los propios trabajadores. Las cumbres mundiales, las legislaciones tendentes a favorecer la gestión de las aguas residuales, la gestión de residuos, servicios de consultaría ambiental, la agricultura y ganadería ecológica o más recientemente en nuestro país la legislación positiva para la producción de energías renovables, son la constatación de que ya habíamos echado a andar.

El empleo en el sector ambiental en España representa un 2,5% de la población ocupada. Y eso sólo es el principio. Tal y como recoge el informe “Empleo Verde en una Economía sostenible”, además de este empleo verde tradicional, podemos encontrar «un yacimiento de nuevas ocupaciones en los campos de las tecnologías de la información y la comunicación, la rehabilitación-edificación sostenible, el turismo sostenible, las actividades específicas relacionadas con la mitigación o adaptación al cambio climático, la movilidad y el transporte sostenible, la economía de la biodiversidad, los cultivos agro energéticos, el sector del automóvil y la ecología industrial”. Con o sin Pandemia, con o sin confinamiento, tarde o temprano algo iba a suceder.

El contexto actual va a impulsar el necesario cambio hacia una economía con mayor diversidad de alternativas y oportunidades económicas, sociales y ambientales. La crisis de la COVID-19 que tanto daño está provocando en las personas y en la sociedad, va a servir para acelerar el camino de la transformación.

Este momento de transición, crisis, cambio histórico, seguramente mucho más lento de lo que deseamos, ya ha llegado. Somos muchas las que empujamos. Más allá de optimismos, en ocasiones, la supervivencia consiste sólo en eso, en mirar alrededor y hacia delante.